A pocos kilómetros del centro y rodeado por barrios residenciales, el basural municipal de Bariloche se transformó en un símbolo del desorden ambiental que arrastra la ciudad desde hace décadas. Allí se acumulan unas 500.000 toneladas de residuos sin tratamiento ni control adecuado, y cada día ingresan unas 200 toneladas más. La escena contrasta con el entorno natural del Parque Nacional Nahuel Huapi y con una ciudad que recibe más de un millón de turistas por año.
El vertedero fue incluido recientemente en un informe de la International Solid Waste Association entre los 50 sitios más contaminantes del planeta, y es el único de la Argentina en esa lista. “El basural es una herida abierta que Bariloche arrastra hace más de 40 años. Es una bomba de tiempo ambiental y social”, advirtió Iván Espeche Gil, vocero de la Fundación Impacta, organización que impulsa el desarrollo de ciudades sostenibles.
De los 50 vertederos más contaminantes del mundo, 13 están en América Latina y el Caribe, y solo uno en la Argentina: Bariloche.
El sitio carece de membranas que contengan los lixiviados tóxicos, líquidos altamente contaminantes, lo que provoca la infiltración de compuestos peligrosos en el suelo y las napas de agua. Los incendios, frecuentes y difíciles de apagar, agravan el impacto sobre la salud de los vecinos.
Un relevamiento local reveló que el 91% de los habitantes de la zona considera que el vertedero afecta su salud, principalmente por problemas respiratorios, dermatológicos y alérgicos. “El basural está en un divisorio de aguas, y los lixiviados llegan a los lagos Gutiérrez y Nahuel Huapi. Es una fábrica 24/7 de contaminación”, sostuvo Espeche Gil.

El ingeniero ambiental Ignacio Sagardoy, investigador de la Fundación Bariloche (Conicet), explicó que en 2014 se intentó cerrar el antiguo basural y abrir una celda controlada de disposición final, pero el sistema colapsó. “Un incendio dañó la membrana, no se puso en marcha la planta de tratamiento de lixiviados y no se cumplió el plan de expansión. En poco tiempo, el relleno volvió a operar sin control”, señaló.
Tampoco se logró compactar ni cubrir adecuadamente los residuos, ni construir los sistemas de ventilación de gases. “La celda se completó antes de tiempo y los residuos volvieron a depositarse en forma desordenada. El espacio se agotó y no se avanzó en la creación de un nuevo sitio regional, como estaba previsto”, agregó.
En 2020, la ley provincial 5491 ordenó cerrar todos los basurales a cielo abierto de Río Negro en un plazo de tres años. Bariloche adhirió a la norma en diciembre de 2022, fijando el 4 de diciembre de 2023 como fecha límite para el cierre. Sin embargo, el plazo venció sin avances concretos.
La defensora del Pueblo de Bariloche, Mariana Minuth, emitió recientemente una resolución para intervenir en el caso. “Es necesario que las autoridades asuman con urgencia un abordaje integral que permita revertir el daño ambiental y prevenir riesgos para la población”, señaló.
Desde la Fundación Impacta advierten que el costo de no actuar se multiplica. “Se gastan fortunas en mantener un sistema ineficiente que agranda el problema. Cada día que pasa aumenta el pasivo ambiental y el costo futuro de remediación”, subrayaron. El intendente Walter Cortés reconoció que “la basura es un problema” y se mostró a favor de trasladar el vertedero, aunque admitió que los costos del operativo son elevados.
A pesar del escenario crítico, organizaciones ambientales y sociales ven en la crisis una oportunidad para la transformación. Esta semana, la Fundación Impacta realizará en la ciudad el encuentro Patagonia sin Basura, donde se presentarán 80 propuestas concretas para mejorar la gestión de residuos.
“El desafío es enorme, pero Bariloche puede convertirse en un ejemplo de cambio de paradigma: de ser uno de los basurales más contaminantes del mundo a transformarse en un modelo de sostenibilidad en la región”, concluyó Espeche Gil.







